1972. El año en el que experimenté un proceso de muerte. Avisaron a toda mi familia y prepararon a mis padres para aquel fatal desenlace. Tenía 7 años.
Uno años antes había quedado al cuidado de mis abuelos y mis tías, lo cual se reducía, en mi mundo infantil y del sentimiento, a quedarme bajo el amor de mi abuela. Mi abuela María, cuyo nombre y sus consecuencias comparto, fue mi madre a lo largo de mis 7 primeros años de vida. Cuando llegó el momento de la separación el shock emocional y de sentimiento fue tan fuerte que todo mi pequeño mundo se desmoronó y eligió la muerte.
Por esas cosas inexplicables para la mente más no para el alma, pasada la noche, ese proceso de profunda meditación había remitido y lentamente regresaba a mi cuerpo. Los pronósticos fatales por la gravedad de la situación que había vivido: Avisaron a mis padres que la recuperación sería lenta y tendría que estar ingresada varios meses. Que no sé sabía el alcance de ese proceso y cómo podría afectarme. Que quizá no viera, o no hablara, o no me moviera, o no tuviera todas mis facultades mentales al 100%. En definitiva, que me podía quedar sorda, muda, ciega, inmóvil y/o tonta. Lo que no sabían es que sí que escuchaba cada cosa que decían, incluso en las largas noches de vigilia y soledad atendía a las conversaciones alegres de las enfermeras con sus líos de novios, padres vigilantes y hermanos carcas, y estos cuentos de las jóvenes enfermeras, a veces aún estudiantes fuera de casa, eran lo más divertido del día.
Recuerdo el intenso dolor de los tratamientos médicos a lo largo de la recuperación en el hospital. También recuerdo cuando aún no veía y no hablaba pero sí escuchaba que mi madre me decía que no llorara, que la abuela venía de visita. Ella llegaba y lloraba, y yo lloraba por dentro. Sobretodo recuerdo cuando los médicos me visitaban con sus penosos augurios y desde mi conciencia sentía que no era verdad, que me estaba recuperando totalmente, con plenitud de facultades. Esa fuerza interior, inocente y concluyente, más tarde la identifiqué como el poder de la intención. Una de las herramientas más poderosas del alma. También desarrollé la voluntad para no caer en las ideas derrotistas que escuchaba a mi alrededor y poco a poco fui sintiéndome mejor, más fuerte. No sé cuánto tiempo pasé en aquella penosa recuperación. Los tratamientos médicos eran muy dolorosos. Lo que sí sé es que me recuperé completamente, sin ninguna secuela a nivel motor, intelectual… y con un gran regalo: una sensibilidad extra para conectar con lo más profundo de cada uno, lo que luego supe que era el alma.
Al principio, desde la inocencia del niño, pensaba que todo el mundo podía llegar a esos lugares, a interactuar en ellos, a vivir a través de esa información. Pronto me di cuenta de que no era así y comencé a encerrarme en ese mundo, a cultivarlo, a tener conexión con otras realidades y posibilidades de las personas que no son perceptibles para los sentidos físicos, a conectar con la consciencia. Y me di cuenta de las grandes capacidades de interactuar con el alma y vivir la vida desde ahí. También me di cuenta de la limitación que suponía experimentar la vida solamente desde los sentidos más físicos.
Mi infancia y adolescencia fueron en silencio. Viendo, percibiendo, interactuando. El mundo físico se volvió insignificante frente a la magnitud de la comprensión que podemos obtener viéndonos como almas, como consciencia, a través de lo esencial de cada uno de nosotros: Nuestra esencia.
La esencia es lo esencial de cada uno de nosotros. Y lo esencial es aquello que nos hace únicos e irrepetibles. Como diría el Principito: ” Lo esencial es invisible a los ojos”.
Y es justamente eso lo que nos dice quiénes somos, cuál es nuestro talento, nuestro don innato, cuál es nuestro área de genialidad. Todos lo tenemos. Nadie ha llegado aquí a medias. Sin esencia no podríamos vivir. Muchas veces ese área que nos hace únicos se esconde detrás de grandes miedos y, como es habitual, el miedo esconde grandes posibilidades de transformación, es nuestro gran aliado. El miedo es el camino más directo a nuestra grandeza, a nuestra exclusividad. Si no conoces tu don, tu área de genio, pregúntate cuál es tu mayor miedo. La educación emocional que recibimos, mayoritariamente, nos esconde a nuestras emociones, a nuestros temores y a nuestros miedos y es justamente transitando por esos espacios, viviendo a través de ellos, donde descubrimos nuestras grandes capacidades. El miedo esconde, a menudo, la semilla de los frutos que podemos disfrutar.
Durante muchos años viví en silencio y con la guía de mi alma. En la edad madura, después de hacer mi vida de adulta, de ser madre, empresaria, emprendedora, de estar desconectada de mi don porque la vida te atrapa en sus rutinas y exigencias, viví un proceso de reconexión. Comencé a viajar a muchos lugares que, sin saberlo a priori, me reconectaban conmigo misma. Viví procesos que conocemos como la noche oscura del alma y dejé atrás los engaños de la vida mundana. No temo a lo que, desde la ignorancia, llamamos muerte. Si mi vida se terminara ahora mismo, para mi estaría bien y estoy preparada para ello. A día de hoy no hay nada que realmente me motive de lo que ofrece el mundo de ahí afuera. Y no es menosprecio, son valores diferentes. Hay una gran maquinaria preparada para desconectarnos, para desvincularnos de nuestro poder personal. Por eso es tan importante conectar con nuestra riqueza interna. Es desde ahí desde donde queda sin fuerza esa maquinaria y la vida robotizada, absurda, carente de contenido de la cual ya nos hablaba Aldous Huxley en un Mundo Feliz.
Cuando conectas con tu esencia adquieres una gran fuerza, todo tiene sentido más allá de lo conocido. Más allá del “comecocos” y “atrapa sueños” del mundo preparado para saciar los sentidos y vaciar los bolsillos. Un mundo esclavizante que te llena de felicidad cubriendo la vida de objetos, cosas imprescindibles, que acaban llenando los vertederos. Un mundo feliz en donde la desconexión interior es muy grande.
A lo largo del tiempo, y ya han pasado 46 años, he aprendido a ver con mucha claridad, a interactuar de un modo muy sencillo con el alma y con la consciencia, la cual va un paso más allá del alma. He comprendido la sencillez de la vida y lo bien que se puede vivir cuando te saltas las trabas que impiden saber quién realmente eres y vivir en coherencia. He ejercitado el poder de la intención, la fuerza de voluntad, el amor a mí misma, el respeto y aceptación de quien soy… Y estoy creando, reinventado a cada paso, la manera de ayudar a otros a conocer y poner en valor su don esencial. La clave está en educar la mirada. Limpiar la lámpara del genio interior. Ver lo esencial oculto a los ojos.