Somos parte de una humanidad terriblemente enferma y como parte de ella estamos profundamente heridos. Aceptándolo podremos resolverlo.
Desde donde podemos recordar se nos ha limitado en nuestras capacidades innatas, se nos ha alejado de nuestro verdadero poder, se nos han inculcado unas normas sociales, de conducta, incluso grandes mentiras en la manera de relacionarnos que han dado lugar a una sociedad muerta.
Pero no siempre fue así. Históricamente se han presentado maestros, grandes conciencias que nos venían a mostrar el camino interior en el cual debíamos poner la mirada. Como lo hizo el Maestro Jesús. Desde el Concilio de Nicea en el S.V d.C se ha borrado toda huella de la información que nos aportó el Maestro. Y sobre todo el poder de la mujer representado en la bajeza con la que se trató la imagen de María de Magdala, una igual a Jesús, su compañera de vida y madre de sus 4 hijos (3 mujeres y 1 varón). Ella fue su primer y más fiel apóstol. Su Evangelio, el de María, ha sido recluido pues ahí se recoge el verdadero mensaje de Jesús que venía a mostrarnos quién realmente somos, nuestras capacidades innatas, cómo desarrollarlas y vivir desde la conexión con nuestro poder superior, nuestra esencia y nuestra alma.
Una de las grandes mentiras sociales y que hace mucho daño, es el ser fieles al linaje familiar cuando el mismo está malherido. Cuando está sano hay permiso para que cada uno sea él mismo y no se espera seguir perpetuándolo. La fidelidad a la herencia familiar es un gran error pues de ese modo perpetuamos el dolor que han sufrido, la falta de reconocimiento en ellos mismos. Nos dicen que somos buenos hijos, buenos padres, buenos hermanos cuando seguimos los dictados familiares. Y así sólo hacemos más grande la enfermedad que como especie sufrimos. La enfermedad de no ser nosotros mismos. La enfermedad de vernos mermados en nuestra realidad interna. Solamente rompiendo con el linaje, cuando está enfermo, se puede sanar. Una vez que uno se sane a sí mismo podrá hacer lo propio con su familia, o quizá no, si ellos se mantienen en la vieja mentalidad del dolor, del sacrificio, de ser fieles a los secretos familiares, al sufrimiento de sus antecesores. Cuando salimos de la gran mentira que rodea a la familia, de su ausencia de salud, podemos sanarnos, ser fuertes, autónomos, crecer en nosotros mismos, desde una mirada honesta de quien somos, cuáles son nuestras capacidades, cómo ofrecerlas al mundo.
Así se rompe la línea de conexión con toda esa información ancestral. La ruptura ha de ser real, física, dándonos permiso para explorarnos, para hacernos visibles y no esperando el reconocimiento del clan. Alcanzando la independencia, echando a volar. Y posiblemente te conviertas en la oveja negra de la familia, si no lo eres ya, pues todo lo que trae cambios no es bienvenido. Y siendo ese factor de conciencia de tu familia, podrás cumplir tu misión de vida, una misión de ayuda y redención de todas las grandes mentiras que históricamente nos han inculcado, empezando por las de tu linaje y ampliándose a las grandes mentiras sociales.
Jesús, Miriam de Magdala, sus apóstoles, hicieron ese corte con su linaje para poder encontrarse y así expresar una gran verdad que desde hace tantos siglos se ha pretendido ocultar para la mayoría de la sociedad.
Como se amputa un miembro para que la enfermedad no llegue a todo el cuerpo, así se ha de soltar la vinculación familiar para lograr un verdadero avance en el crecimiento consciente personal, cuando el linaje está enfermo. Y desde ese punto se podrá mirar a la familia como almas en evolución, igual que tú y yo. Almas que no tienen ninguna culpa de cómo ha sido vuestra interacción, de haberse mostrado como son y desde donde saben, pues quizá no pudieron crecer emocionalmente, anímicamente.
Una y otra vez, en mi consulta que desarrollo desde el año 2008, veo hombres y mujeres enfermos por los convencionalismos sociales. Enfermos por tener que mantener unas creencias familiares en esos casos nocivos, insalubres. Enfermos por no poder vencer los miedos a esa ruptura. Enfermos por ser lo que los demás quieren y esperan. Enfermos por no tener el valor de descubrirse y ser ellos mismos. Volviéndose invisibles para sí mismos, para la familia, para la sociedad.
Alguien ha de tener el valor de cortar con todo ello y sanar, restituir esa información que nos aportan y es enfermiza.
Nos han educado para ser buenos hijos, para callar, y buenos padres y transmitir las mismas heridas del linaje. Y no estamos sanos, hace siglos que la intención de los estamentos militares, religiosos, económicos y políticos fue y es crear corderos, pero no de Dios, sino de ellos.
No hay culpables en tu familia, en tu clan, en tu linaje. Sólo saliendo de él y pudiendo comprenderlos como almas en evolución, con su dolor, con su incapacidad de saber actuar de otro modo al aprendido, podrás llegar a la comprensión y al verdadero amor hacia ellos. Y para esto hace falta cerrar puertas, irse, conocerse, aceptar y luego volver desde esa aceptación al núcleo familiar. Es posible que seas aceptado, que te conviertas en el hijo pródigo o es posible que no seas bien recibido pues has tirado por tierra todo aquello que les daba seguridad, así fuera nocivo.
Socialmente se nos pide amor a la familia, cuando ni siquiera quizá sepamos lo que es el amor a uno mismo. Amando a esa familia enferma, contaminada, sólo extendemos la pandemia. Y una sociedad enferma es muy fácil de manejar, controlar y perpetuar. Quizá una gran prueba de amor sea tirar todo por tierra, cerrar un círculo y poder mostrar el camino de la autorrealización. A veces un gran portazo es una gran medicina.
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