¿Sabías que el planeta Venus dibuja una estrella de cinco puntas en el cielo?
Cada ocho años, la órbita de este lucero y la nuestra se sincronizan en una danza cósmica que repite cinco veces el mismo paso, como si pintara una rosa de cinco pétalos invisible a simple vista. Los astrónomos de hoy hablan de resonancias orbitales; los mayas de ayer hablarían de magia: cinco ciclos de Venus encajan con ocho años solares, un reloj de precisión que marcaba sus guerras y sus cosechas.

La magia del pentagrama
La estrella de cinco puntas no nació en libros de ocultismo modernos. Hace miles de años, los sabios de Mesopotamia la veían como el camino de Venus y la asociaron con la diosa Ishtar, señora del amor y de la guerra. Los pitagóricos la adoptaron como símbolo de armonía y proporción áurea. En la Edad Media se convirtió en un recordatorio de las cinco llagas de Cristo, y en la Wicca contemporánea representa los cinco elementos de la naturaleza. Ciencia y mito se abrazan en este símbolo: números sagrados para unos, espiritualidad para otros.
Templos que dialogan con el lucero
En la verde Irlanda se alza Newgrange, un túmulo de 5.000 años que cada solsticio de invierno se inunda de luz. Algunas voces sostienen que, además, la luz del lucero del alba entra por su ventana de piedra una vez cada ocho años. Sobre la entrada, ocho marcas que podrían ser un guiño al ciclo venusino. No hay consenso científico, pero el mero relato alimenta la imaginación.
Cerca de allí, en Loughcrew, un pasadizo orientado al amanecer equinoccial recibe, según el estudioso Martin Brennan, rayos de sol, de luna y de Venus en distintos momentos. Un petroglifo con arcos concéntricos parece representar un tránsito del planeta; otro dibujo en forma de diamante podría aludir a su ascenso junto al Sol. Sea un calendario o una obra de arte, la piedra guarda secretos astronómicos.
Cruzamos el océano y llegamos a Uxmal, en Yucatán. La Casa del Gobernador, del siglo IX, está alineada para seguir la salida de Venus como estrella de la mañana, además de marcar equinoccios y solsticios. Desde su pórtico, una línea invisible atraviesa esculturas y señala el punto donde Venus emergía en el año 750. Los urbanistas mayas no sólo miraban al Sol.
En Chichén Itzá, la torre redonda de El Caracol se comporta como un observatorio: su escalera mira al punto más septentrional de la trayectoria de Venus y algunas aberturas permiten ver el planeta en momentos concretos, incluso un orto que sólo ocurre cada ocho años. No es casualidad que los cronistas modernos indiquen que este edificio y el palacio de Uxmal se orientan hacia posiciones específicas del ciclo venusino.
Ciencia, mito y futuro
La atracción que ejerce Venus combina rigor y poesía. Por un lado, su ciclo de ocho años es una resonancia orbital tan perfecta que permitió a los mayas elaborar calendarios complejos. Por otro, el pentagrama ha servido para hablar del retorno, de la feminidad y de la proporción áurea. La estrella de Ishtar viajó de Mesopotamia a Grecia, cambió de nombre a Afrodita y se reinventó en tradiciones europeas y modernas.
Pero la cautela es necesaria. Es tentador trazar un pentagrama global uniendo templos y montañas, y vender mapas de energía. La verdad es menos conspirativa y más bella: estas correspondencias nacen de observaciones locales, no de una red planetaria secreta. La fascinación por Venus sigue viva porque nos recuerda que el cosmos se mueve a un ritmo distinto al de nuestras agendas.
Quizá en un futuro no muy lejano diseñemos ciudades que respiren al compás de los planetas, que celebren el regreso del lucero cada ocho años y que enseñen a los niños que la ciencia puede ser tan lírica como un poema.
Fuentes consultadas: EarthSky, National Geographic, People HowStuffWorks, Mythical Ireland, Aisling Magazine, Carrowkeel, Maya Ruins, UNESCO, Exploratorium.

